En la niñez fui tocado por ellos, los desconocidos insondables, los ovnis, y aún hoy los siento cerca de mí. Desde entonces me han suscitado mil dudas, mil elucubraciones, decenas y decenas de preguntas que continúo casi gritando hacia el interior, como si las respuestas hubieran de ser fruto de mi persistencia, como si ellos pudieran darlas y no lo hicieran porque su voluntad fuera no hacerlo, o porque estuvieran tan lejos de nosotros que sencillamente no los comprendemos.
Un ovni es mucho más que lo que la propia expresión pretende manifestar. Un ovni es mucho más, por tanto, que un objeto volador no identificado. Un ovni es un gran atractor para la conciencia pues, entre otras cosas, una luz en el cielo viene a significar una luz de esperanza en el cielo de la humanidad, y no porque pretendidamente algo superior y benéfico venga a esconderse tras este enigmático fenómeno sino porque, trazando paralelismos, una luz en el cielo representa una luz en la oscuridad, y esto es sinónimo de esperanza. Por eso no es de extrañar la gran expectación que genera. Por eso no es de extrañar que alimente, además, el anhelado fin del acuciante sentimiento de soledad cósmica que dormita en el hombre. Porque ellos, los desconocidos insondables, podrían ser compañeros nuestros en el viaje de la vida. Y el oscuro vacío interestelar se siente menos vacío y menos oscuro si resultamos ser sencillamente uno más entre muchos otros, empeñados también en perdurar, y en salir adelante.
La polémica referente a la naturaleza no humana de los ovnis parece actualmente agotada y es, paralelamente, agotadora. Después de más de cincuenta años de historia moderna de los ovnis cabe hacerse más de un millar de preguntas sobre ellos, del mismo modo que la controversia sobre su origen podría ser ardua pero en absoluto tediosa. Siendo consciente de las posibles variables que podrían dar explicación a muchos encuentros con ovnis me atrevo a decir que nos encontramos ante un fenómeno de peculiar naturaleza, no humano, o al menos no terrestre, y en cierta medida trascendente; expresión de una forma de vida e inteligencia diferentes, quizá más avanzadas, que parece pertenecer a un paradigma de la realidad sustancialmente distinto del nuestro, y que le permite aparecer ante nuestros ojos como capaces de realizar prodigios que rozan la magia del espacio-tiempo.
Desde pequeño mirar a las estrellas significaba para mí perderme entre las preguntas que suscitan sin quererlo e, imaginativamente, viajaba entre ellas, y accedía a sus interrogantes. Hoy esas mismas preguntas siguen sin respuesta. Aunque las certezas son ahora más consistentes asentadas sobre la lógica aplastante de la maravillosa singularidad que supone la vida en la Tierra, y de la contradicción que supondría que esta singularidad supusiera una extrañeza en el Universo, pues la vida debe ser un fenómeno extendido por el mismo.
Si los ovnis son o no extraterrestres es una controversia a la que nos hemos enfrentado de manera cotidiana a lo largo de los años. Si la teoría de la panspermia fuera acertada poco sentido tendría discutir al respecto, pues toda vida existente sobre la faz de la Tierra tendría su remoto origen hace millones de años en la lluvia de meteoritos y cometas que la habría traído del espacio hasta el planeta, lo que vendría a decir literalmente que la vida de la Tierra tiene un origen extraterrestre. ¿Cómo se puede postular esta teoría y, al tiempo, negar que eso hubiera podido suceder en otros mundos?. Ahora bien, ¿si el fenómeno de la vida es generalizado habría de seguir patrones comunes en distintos planetas, al punto que unos hipotéticos y para mí reales extraterrestres pudieran ser parecidos a nosotros?. Creo que no existen razones fundadas para negar esto. Y en cuanto a los ovnis no podemos negar que, si bien nos plantean demasiadas dudas y muchas incógnitas, no podemos obviar la realidad de que muchos de ellos aparecen ante nuestros ojos como artefactos voladores, como vehículos, como naves. A esto debemos decir que negar lo evidente no sólo es síntoma de ignorancia, sino además de miedo.
No obstante, creo que debemos mantener la mente abierta incluso para intentar entender a aquellos que se suben a lomos del más extremo racionalismo para negarlo todo por sistema, so pretexto de las grandes lagunas de las que adolece parte de la casuística estudiada o la incongruencia de muchos encuentros con ovnis. No olvidemos que el ejercicio de PENSAR, con mayúsculas, a veces no es fácil ejercerlo. Del mismo modo que tampoco podemos obviar que muchas historias sobre ovnis no se sostienen por sí mismas, y obedecen a cualquier cosa imaginable menos a la presencia de un acontecimiento extraordinario de origen no terrestre.
A caballo entre lo posible y lo imposible el fenómeno ovni es uno de los acontecimientos más importantes a los que la ciencia podría enfrentarse si tuviera la valentía suficiente para entrar a saco, y con todas la consecuencias, en su investigación. Pero parece que todavía no es tiempo para ello. Una corriente fundamentalista, que a veces se deja ver, campa a sus anchas por los entresijos de las universidades y los despachos, por los ministerios. Hubo un tiempo en el que el pensamiento científico no debía contradecir al religioso, caso de ser así el peligro de enfrentarse al Santo Oficio era suficientemente disuasorio para una mente que sencillamente pretendía expresarse de manera libre. En la actualidad sigue ocurriendo lo mismo, las llamas no ya del escepticismo (actitud esta natural y comprensible) sino del miedo al cambio, del inmovilismo, y del fundamentalismo científico arden ahora como si la Inquisición hubiera cambiado de bando. Y si por un lado el fenómeno ovni ha sido y es objeto de estudio por parte de estamentos que tendrían mucho que contar, por otro el descrédito podría adueñarse de aquella institución que osara estudiarlo con todas las consecuencias, con el mero objetivo de averiguar la verdad, pues solo el hecho de ocuparse de él ya vendría a suponer un problema de imagen y de credibilidad.
Sabemos que puede resultar a veces difícil pensar con libertad, pero en algún momento hay que hacerlo.
¿Pero entonces cómo averiguar a qué nos enfrentamos?.
El fenómeno ovni es tremendamente intimista y personal, y en esta esfera difícilmente se pueden obtener conclusiones fundamentadas en rasgos suficientemente objetivos y certeros. Porque el fenómeno es interpretado, se deja ver y percibir, y se manifiesta como lo que parece. Pero sobre todo el fenómeno ovni es un acontecimiento en líneas generales interpretado por quien lo experimenta. Y las experiencias con ovnis suelen ser tremendamente personales, repletas de sensaciones, de emociones y vivencias extrañas y a veces contradictorias, como si el mundo de Oz se hubiera apoderado de la realidad por unos minutos.
Me atrevería a decir que el fenómeno ovni no se manifiesta con literalidad porque, caso de hacerlo, la literalidad del fenómeno ovni hace añicos la del mundo que hemos creado y en el que vivimos. Por lo que los desconocidos insondables nos obligan a replantearnos la existencia en muy diversos ámbitos. No ya porque puedan expresarse contenidos de carácter pseudoreligioso o espiritual, sino porque tenemos que acudir a la física de vanguardia para poder explicar parte de su comportamiento, y porque tenemos que recrear un paradigma de la realidad no ya y exclusivamente diferente, sino además tan atrevido que casi podría rozar la ficción.
Miguel Ángel del Puerto.
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