Irish Druids and Old Irish Religions – James Bonwick
The History of Ireland, Volumen 1 – Thomas Moore
A Catechism of Mythology: Containing a Compendious History of the Heathen Gods and Heroes – William Darlington
The Magic Arts in Celtic Britain – Lewis Spence
History and Origins of Druidism – Lewis Spence
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En el mundo celta las mujeres podían ser jueces, sacerdotisas e incluso druidesas. Los druidas eran la clase intelectual y espiritual, y en ocasiones ejercían sobre la tribu una influencia mucho mayor que la de los propios reyes a quienes servían. Eran poetas y profetas, astrólogos, astrónomos, videntes, magos y adivinos. Memorizaban las leyes y guardaban registro en su cabeza de las historias y genealogía de la tribu. Representaban funciones de embajadores, abogados, jueces y médicos. Arbitraban las alianzas políticas, hacían sacrificios; entonaban los cantos sagrados, contaban historias, enseñaban a los niños, practicaban rituales y eran filósofos. Se especializaban en una o varias de estas disciplinas y pasaban 20 años o más dedicados a su aprendizaje.
Aunque a veces se debate acerca de si las mujeres celtas podían realmente ser druidas, lo cierto es que existen numerosos testimonios que nos confirman su existencia. Las mujeres parecen haber representado una variedad de papeles en la vida religiosa celta. Puesto que las tribus veneraban a muchas diosas, ellas les servían de representantes en la tierra y representaban funciones rituales en los cultos.
Los testimonios aluden a dos clases diferentes: Ban-druaid, druidesas que eran las guardianas del fuego sagrado, de modo similar a las vestales de Roma, y Ban-fhilid o poetisas. A veces se trataba de las esposas de los propios druidas, que gozaban de una gran influencia, pero no necesariamente era así.
En la Galia podemos establecer otra clasificación: un primer grupo, el de rango más elevado, estaba formado por aquellas que mantenían su voto de castidad perpetuo. Las integrantes del segundo grupo, aunque casadas, permanecían en los templos, donde recogían las mesas, y solo veían a sus esposos un día al año. Había aún una tercera clase de mujeres que no abandonaba a sus esposos y se ocupaba de los asuntos domésticos del templo al tiempo que de la educación de sus hijos.
En la Galia había templos en los que eran las druidesas las que ordenaban y regulaban cuantas cuestiones concernían a la religión, lugares cuya entrada estaba prohibida a los hombres.
Un grupo de nueve vírgenes tenía su oráculo en la isla de Sein, en Bretaña, un misterioso lugar a tan solo metro y medio sobre el nivel del mar. Los lugareños la llaman “la Isla de los Siete Sueños”, o “la Isla de los Druidas”. Dadas sus características, se inunda fácilmente con las mareas, y se desencadenan con frecuencia violentas tempestades. Una leyenda afirma que si un marino se acerca demasiado, su barco será irremisiblemente arrastrado hacia la tempestad y horrendas apariciones le perseguirán por siempre.
Pomponio Mela dice que “la isla de Sein, en el mar Británico,… es famosa por su oráculo, cuyas sacerdotisas, con voto de castidad perpetua, son nueve. Sus poderes singulares pueden levantar los vientos, sus canciones pueden elevar los mares; pueden convertirse en animales, especialmente en el cisne… Pueden curar las enfermedades más terminales y predecir el futuro solo a aquellos que se atrevan a acudir en busca de su sabiduría.” El mismo autor menciona que su instrucción era secreta y se llevaba a cabo en bosques y cuevas.
Las nueve vírgenes rechazaban el dinero, pero mucha gente acudía con regalos en busca del oráculo para ponerse en contacto con los difuntos o para obtener alguna curación milagrosa. Las druidesas de Sein eran muy respetadas, pero también temidas.
Estrabón relata que las nueve sacerdotisas llevaban largos vestidos blancos con cinturón de bronce y se cubrían con capas de lino. Pero a continuación describe un sacrificio de dudosa credibilidad: “Estas mujeres entraban en los campamentos blandiendo espadas, y hacían prisioneros a los que coronaban y luego mataban sobre un enorme caldero dispuesto sobre un receptáculo, y procedían a la lectura del oráculo en sus vísceras.”
Otro autor nos cuenta que “eligen a una virgen entre ellas… Entonces la envían desnuda al bosque sagrado para recoger, utilizando solo el dedo meñique de la mano izquierda, Hyosciamus niger (beleño), la flor del dios Beli. Luego tiene que sumergirlo en la corriente del río y caminar hacia atrás como imitando un movimiento retrógrado del sol.” Este ritual se suponía que traía la lluvia y preparaba la tierra para una buena cosecha al año siguiente.
Se cree que también en Bretaña siete hechiceras, a la muerte de alguien de su clan, llevaba su cuerpo momificado en un convoy nocturno y cruzaban el mar hacia un lugar llamado la Roca del Cuervo.
Los emperadores Diocleciano, Aureliano y Alejandro Severo consultaban con druidesas. En el año 235 Alejandro Severo emprendía una expedición para liberar a la Galia de las tribus germánicas, y entonces una druidesa gala exclamó en su lengua nativa:
—Adelante, pero no esperes la victoria ni confíes en tus soldados.
Una de estas mujeres predijo el ascenso del emperador Diocleciano. Al parecer el joven, mientras no era más que un simple soldado, fue bastante rudo con ella, negándose a pagarle el alojamiento y la comida. Cuando la druidesa le recriminó su actitud, él bromeó diciendo que se mostraría más generoso cuando fuera emperador. La mujer le advirtió:
—No te rías, Diocleciano, pues cuando hayas matado al jabalí te convertirás realmente en el emperador.
Diocleciano ascendió en el ejército y mató muchos jabalíes en el transcurso de sus cacerías, pero la predicción no se cumplió hasta que dio muerte al prefecto Arrio. Curiosamente el apellido del prefecto era Aper, palabra que significaba jabalí.
En Irlanda, en Tara, había una especie de Comunidad de Vírgenes Sagradas en el que las druidesas adivinaban el porvenir. Vivían en un lugar llamado “El Retiro Hasta la Muerte”. En una ocasión fue atacado por el rey de Leinster y todas las residentes fueron masacradas, lo que se consideró un brutal sacrilegio.
Tácito habla de mujeres que asisten a reuniones en el santuario de la isla de Mona, desde donde alentaban a los britones a rebelarse contra Roma. “Los celtas no hacen distinción entre gobernantes masculinos y femeninos”. También nos habla de Veleda, una profetisa de la tribu germánica de los brúcteos que gobernaba sobre un extenso territorio y tenía una consideración semidivina. De ella se sabe que arbitró con éxito varios conflictos entre tribus, hasta que fue capturada por los romanos en torno al año 77, por su implicación en la rebelión contra el Imperio. “Estaba prohibido dirigirse directamente a Veleda. Permanecía encerrada en una alta torre, donde un miembro de su familia debía transmitir la pregunta y la respuesta.”
El mismo autor recuerda a otras druidesas, como es el caso de Aurinia, y dice que antes de Veleda “Aurinia y otras fueron tenidas en igual veneración”.
Plutarco dice que las mujeres celtas participaban en asambleas, mediaban en las disputas y negociaban tratados, labor propia de un druida. Él y Tácito mencionan a Eponina, una sacerdotisa esposa de Julio Sabino, un galo romanizado, jefe de los lingones. Eponina se hizo célebre por la abnegación conyugal que demostró. Julio Sabino combatió contra Roma, pero, vencido, hubo de refugiarse en una cueva, donde permaneció oculto con sus servidores. Eponina trató de conseguir el perdón para su esposo y el fin de la persecución. Al no lograrlo, se encerró con él, y cuando Vespasiano dio muerte a Julio Sabino ella no quiso sobrevivirle. Insultó al emperador y de ese modo fue ejecutada junto a su esposo.
Plutarco menciona también a una mujer celta entre los gálatas, llamada Camma, sacerdotisa de la diosa Brigit. Aunque no era lo habitual entre los celtas, pues normalmente la mujer podía elegir esposo, Camma fue obligada a casarse con el asesino de su esposo, pero durante la ceremonia vertió un veneno en la copa de su nuevo marido y en la suya propia.
Boudica, la reina celta que dirigió el levantamiento contra los romanos en el año 60, según Dion Casio era sacerdotisa de Andraste, diosa de la victoria. Y a veces se ha afirmado que Santa Brígida de Kildare fue una druidesa antes de convertirse al cristianismo.
Entre las numerosas pruebas con las que contamos acerca de la existencia de estas mujeres, se encuentra una inscripción hallada en Metz, realizada por una sacerdotisa druida en honor al dios Silvano y a las ninfas locales.
Hay también tumbas femeninas que inducen a pensar que aquellas mujeres eran druidesas, debido a los rituales y el trato especial que recibían. En Irlanda, en el condado de Meath, está enterrada Tlachtga, hija de un druida del Munster, considerada ella misma como druidesa e incluso como una de las divinidades menores.
Bibliografía:
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