Como Filosofía nos enseña que formamos parte de un ciclo eterno. Nacemos y morimos, aprendemos y olvidamos. Creciente y menguante, flujo y reflujo, primavera y otoño, todo está destinado a retornar a su inicio. En el momento en que aceptamos esto, dejamos de temer a la muerte, ya que sabemos que tras ella viene el renacimiento.
Como Forma de Vida (Ética), no busca que nos comportemos “bien” por temor a un castigo. Al contrario, aprendemos a discernir entre lo bueno y lo malo a través de nuestro propio aprendizaje. Al formar parte de una misma divinidad, el bien que hacemos nos lo hacemos a nosotros mismos. El mal que hagamos a nuestro ambiente o a los demás solo nos dañará a nosotros. La Ética druídica se funda en 3 principios: El Conocimiento, la Naturaleza y la Justicia.
La Espiritualidad Celta (sus festividades)
A diferencia de otras prácticas espirituales, la cultura celta lego el concepto de la transformación en movimiento. El celta era el guerrero que entendía que la batalla es personal y un proceso constante que conduce a la autotransformación.
Su visión combativa estaba ligada a una sólida espiritualidad, representada por el respeto y el tributo a las fuerzas naturales y a todos los habitantes visibles e invisibles del Universo.
Este mundo mágico y mítico estaba regido por la rueda del tiempo que marca ocho festividades fundamentales, para el desarrollo personal.
Esta concepción circular del tiempo, refleja su concepto de los ciclos de la vida: la muerte y la resurrección constantes.
Y el concepto de eternidad del alma que se encarnara cuantas veces sea necesario para librar la batalla que conduzca a la autotransformación.
Como Tradicion – religión, nos enseña que existe una fuerza vital que se expresa en todos nosotros. Esta fuerza (el Imbas , “Espíritu Fluído”) está presente en los seres humanos, en los animales, en las plantas, y en las fuerzas de la Naturaleza. En ningún momento perdemos nuestra naturaleza divina, ni siquiera cuando morimos. Por lo mismo, no se nace con un pecado original o se busca la salvación, no hay cielo o infierno. Al ser nosotros mismos parte de la divinidad, reconocemos nuestro valor, y al aceptar la divinidad de nuestro ambiente, surge un profundo respeto por este.
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